
Los que me rayan sobremanera son los juegos de infiltración, como el Metal Gear Solid (adoraba el de MSX 2), donde si te huele el aliento a cebolla y el viento sopla del lado equivocado, ya la has cagado porque suena la alarma. Hora y media para pasar 300 putos metros de alambradas arrastrándose, esperando a que el guardia se vaya, que tarda más que los cortes de anuncios en televisión. Ostias ya!
El survival horror tenía su gracia al principio, pero se ha vuelto más de infiltración que de otra cosa, lo único que en vez de guardias high tech los enemigos son zombies, monstruos demoníacos y demás ralea por el estilo. El Resident Evil 4, que transcurre en lo que los japos consideran la Soria rural, con esos aldeanos brutísimos que gritan "Mierrrrrrda!", es buen ejemplo. No puedes dar dos pasos ni para mear a gusto sin que te atraviese un tridente, te corten la cabeza o se coman tu hígado a la parrilla.
Otro. El puto Hitman. Eres un asesino profesional de élite. Calvo y super cool. Empiezas la partida, ¡y qué llevas? Un puto alambre y una moneda para despistar a los guardias tirándola. ¡Anda vete a cagar!
Call of Cthulhu: Dark Corners of Earth, éste en PC. Harto de arrastrarme por almacenes de pescado, de verlo todo borroso, de las grotescas voces de fondo que repiten quinientas veces las misma frases cuando te persiguen (todo el rato), de hacer el mismo daño que con un yogur caducado...

Así que, en suma, me quedo con los juegos de machotes con espadas. Freud tendría algo que decir al respecto, seguro, pero voto a bríos que lo desgraciaría con un buen combo antes de que abriera la boca.