domingo, junio 10, 2007

El nacimiento de la Transilvania Mining Company

The Transilvania Mining Company surgió en 1888, el mismo año en el que en Londres Jack el Destripador acechaba en Whitechapel. Su fundador fue un “emigrante” ruso que llevaba algo más de una década instalado en el país y que había salido de la Madre Rusia por las malas. Problemas con la justicia, decían en algunas tabernas.

El “Tigre de Transilvania” había emprendido una huida desesperada a través de varios territorios (intentó hallar asilo en Prusia, sin éxito) para acabar en el rincón más sagrado del vampirismo. Drakul no me asusta, nadie me puede sorber la sangre más que el maldito Zar, decía.

Los años de gloria de la compañía se vivieron con Nikolai, el segundo de los hijos del Tigre, quien tomó las riendas entre 1923 y 1945. Quizás fue su habilidad para negociar con los nazis. A menudo se veían lujosos Mercedes alemanes, negros como la noche, subir la colina que llevaba a la mansión. Alguno de los criados afirmó en alguna ocasión que se trataba de altos jerarcas de la esvástica atraídos por algo que –creían- se ocultaba en las minas. Nikolai los trataba como a reyes y estudiaba con ellos rollos de pergamino y mapas de las galerías. Pero tras la caída del Reich, el negocio quedó enterrado.

Un día de otoño de 1957, cuando Nikolai contaba ya 64 años, los trabajadores lo vieron descender a las galerías más profundas. Se metió en el (precario) elevador y ordenó que lo hicieran descender hasta uno de los niveles inferiores, a unos 450 metros en el corazón de la tierra. Nunca regresó. El viejo llevaba consigo un bulto quien sabe con qué en su interior. Parecía muy decidido, aseguró el capataz. Las partidas de búsqueda nunca encontraron su cuerpo. La superstición local se daba por satisfecha con que su alma hubiese quedado intacta.

La compañía, necesitada de nuevas alianzas -su contacto con los nazis le granjeó algunas enemistades tras la contienda- pasó entonces a manos de la sobrina de Nikolai (éste nunca tuvo hijos), Ada, fruto del matrimonio entre Anna, la única hija del Tigre, y un estadounidense llegado de la costa oeste de su país, de algún lugar cercano a Maine.
La pareja pasó un tiempo viajando por el mundo- al parecer él buscaba con ansia algo, por los cinco continentes- y tuvo a su hija en 1924. Ada pasó una infancia feliz en la India, en Madrás, hoy llamada Chennai, juega que te juega con los restos del Imperio Británico.

(2)

La mañana comienza con café (una taza). ¿El secreto de la vida eterna en una mina? ¿En las profundidades de la tierra? ¿Qué será esta vez: el Santo Grial, la Lanza del Destino, el mapa a Shangri-La?

El General Invierno (infierno?) no fue bueno con el ejército de Napoleón. A la Rusia de los Zares le fue bien, claro. La historia está cortada con el patrón de una leyenda, de un viejo buscador de tesoros que agoniza y entrega las claves al héroe que lo encuentra. Y después muere. Cuarenta años de búsqueda febril que no han servido para nada. Pero que no se pierda la pista, que el olfato condene al sabueso para siempre.

Un soldado francés, moribundo, huye de Napoleón. Sale de su tienda sigiloso en la noche de nieve, pero se escucha un ruido de mosquetón y siente la sangre sobre su costado. Quizás la herida no es grave, pero el general no es compasivo. Hace soplar más el viento. Azuza la ventisca contra él. El ladrón huye entre los bosques, dejando gotones de sangre para los gorriones de Napoleón. Robar al mismísimo general (francés)... La partida está a punto de atraparlo, casi se ahoga en un río de hielo que se quebró.

Son tres días, afortunadamente hay provisiones en el zurrón. La herida no mejora, ya casi no puede andar, el costado negro. Suerte para encontrar refugio, no hay más. Ha oído hablar del gigantesco oso negro, confía en él para que le dé un fin más piadoso que cualquiera de los dos generales que lo persiguen. Se manchó de sangre, lo resguardó del agua.

A lo lejos se oyen pisadas de botas. No debe ser tan lejos. No, son sólo unos metros, parecen un abismo. Va cubierto de pieles, es un cazador o un trampero. Es ruso, no lo entiende. Lo sujeta fuerte, le implora con los ojos, tiene la cara congelada, devorada por el mordisco del frío.

"... donde ningún tirano pueda atraparlo..."

Cuando los oceanos se bebieron Atlantis

Llevo varios días sin poder parar de escuchar la banda sonora de Conan. Funciona tanto como relajante como estimulante. Para echarse a dormir y pensar en palacios y ciudades fascinantes, o para limpiar el baño como se merece, ¡con energía! Y funciona muy bien cuando te sientas tranquilamente a leer algo de fantasía. La Torre de la Golondrina, por ejemplo, que me ocupa estos días.

Aparte del clásico “The Orgy”, que nadie se olvide de “The Battle of the Mounds” (la de la batalla contra los jinetes junto a los montículos) y, por supuesto, “Theology/Civilization”, que siempre me trae a la mente la imagen de la libertad, a Conan y Subotai corriendo juntos por las praderas. De la secuela, Conan el Destructor, me quedo con “Crystal Palace”.

Basil Poledouris (1945-2006). Qué grande eras.


“Between the time when the oceans drank Atlantis, and the rise of the sons of Aryas, there was an age undreamed of. And onto this... Conan! Destined to wear the jewelled throne of Aquilonia upon a troubled brow. It is I, his chronicler, who alone can tell thee of his saga. Let me tell you of that days of High Adventure!”