lunes, julio 30, 2007

Hágalo usted mismo en casa: Ciclo de Cine sobre Totalitarismos

Empezó de forma inocente, aislada, con una película que tenía en la lista de pendientes desde hacía demasiado, La Vida de los Otros. Y a partir de ahí me deslicé a una tetralogía sobre totalitarismos, concentrada en Alemania, nazi o comunista. Cuatro espejos al pasado que recuerdan, con historias ficticias en algunos casos y basadas en hechos reales en otros, el crimen sangrante de eliminar la libertad de expresión, los sueños de gloria y conquista militar, la verdad única y el saco donde caen todas las voces que llevan la etiqueta de traición. Y a quienes la hicieron posible. Son historias sin los grandes líderes, historias de la vida, de la gente, de la calle. De Rosas Blancas, de adolescentes soldado, de atracadores obreros, de espías e intelectuales.

NAPOLA (Alemania, 2004)
Casi podría ser una novela de Herman Hesse sobre el adoctrinamiento nazi en la Alemania rural. Napola es un acrónimo para las escuelas militares donde se educaba a los jóvenes que abanderarían la defensa de la patria aria soñada por Hitler. Es la historia de uno de ellos, un joven de origen humilde tentado para enrolarse en uno de estos centros contra los deseos de su familia.

La importancia de la "pureza" de raza para el nazismo quedan patentes en escenas como el detallado examen físico que atraviesa el protagonista, donde se observa con lupa la longitud de su mandíbula, el color de pelo y ojos y su estado de forma. El contrapunto al perfecto soldado son aquellos que, embarcados en la aventura por "enchufe", para ser el honor de su adinerada familia, no pueden soportar el severo régimen marcial. Humillados, castigados, destrozados. Atención al momento en que los alumnos son obligados a bucear bajo un lago helado.

Quizás la escena más fuerte, por lo que implica, es la persecución nocturna sobre la nieve de un grupo de adolescentes rusos huidos. Testimonio del adoctrinamiento en la barbarie contra los enemigos del Führer y el pueblo alemán.

Y, junto a la educación de los "soldados", acompaña el menú del día el caciquismo de la jerarquía nazi, dueños y señores de la Alemania rural por su categoría de arcángeles del señor de la guerra. Prepotencia y opulencia no muy lejana a esos alcaldes de la España profunda que se suben el sueldo a sí mismos y reinan como señores feudales concediendo licencias de construcción bajo cuerda.

El final, muy adecuado. Creo que a Herman Hesse le gustaría.

SOPHIE SCHOLL (Alemania, 2006)
La Rosa Blanca fue una conjunción de activistas antinazis integrada, entre otros, por los hermanos Hans y Sophie Scholl. Ambos fueron detenidos tras difundir panfletos con información sobre la debacle alemana en Stalingrado y las atrocidades del frente. Este es el relato de sus últimos días.

Viéndolo, casi da la impresión de ver en tiempo real la detención, condena y ejecución de los Scholl, tiene un ritmo envidiable y una tensión en las escenas de interrogatorio que para sí quisieran muchos directores. Quizás a veces los personajes se desdibujan en meras ideas contrapuestas, y quizás por ello los prisioneros pueden cantarle las cuarenta a los nazis en la película más de lo que los chicos de la esvástica se lo hubieran permitido, sobre todo cuando son juzgados.

Como personaje, y aparte de la propia Sophie, se lleva el gato al agua el inspector nazi que la interroga e intenta pasarla a su bando. Como en La Vida de los Otros, el "villano" acaba sintiendo cierta empatía por el "héroe".

El punto patético-cómico, aunque apenas tenga diálogo, lo pone el serio funcionario "clon" de Hitler, metáfora de todos los abrazafarolas que adoptan la moda del bigotito y pelo aplastado hacia el lado, el lado fashion del fascismo.

Una cosa que me resulta curiosa de las películas de nazis es lo mucho que gritan los oficiales, inspectores y demás lacayos del régimen. En "El Hundimiento", Bruno Ganz pegaba unos gritos de órdago encarnando a Hitler, aunque parece que los discursos del tipo eran así. Pero cuando los nazis se enfadan, no sé si por la sonoridad del idioma o por la actitud marcial (o ambas cosas), vomitan una catarata de bilis envuelta en un tornado. Vaya cabreos. Eso no podía ser bueno. Aquí, la medalla al más intenso se lo lleva el juez, al lado de cuya voz la melodía más radical de Rammstein es música celestial tan inocente como la sintonía de Los Pitufos.

LA VIDA DE LOS OTROS (Alemania, 2006)
Un título acertado para la persecución intelectual cortesía de la policía del pensamiento de la Alemania comunista, la Stasi. Un escritor es puesto bajo vigilancia para determinar su "peligrosidad" para el régimen de la RDA, en los años previos a la caída del Muro de Berlín. Un especialista en interrogatorios y espionaje pasa a vivir, precisamente, la vida del otro.

Para no destripar nada, sólo decir que es un perfecto retrato de los paranoicos y burocráticos totalitarismos que temen lo que pueda pasarles a sus ciudadanos por la cabeza, y obliga estos a fingir la sonrisa, la complicidad con el modelo que les raciona la vida. A ponerse la mordaza, a temer la censura, a enterrarse vivos.

Hace unos días fallecía el actor que interpreta al espía, Ulrich Mühe, hierático, metódico, inteligente. Lejos de ser un autómata, como puede parecer por su ropa gris y anodina, su vida personal más bien triste e inexistente, es el catalizador, el verdadero titiritero en la sombra, por delante del titiritero con uniforme militar. Esta es también su historia, no sólo la del escritor que vigila.

También hay que colgarle un galón al mando de la Stasi, irónico, afable y venenoso. Y por supuesto al escritor espiado, cuyo intérprete se me hacía uno de esos galanes intelectuales del cine alemán, que de haber nacido en Estados Unidos estaría haciendo películas de acción.

El regalo perfecto estas Navidades para Hugo Chávez.

SALVADOR (España, 2006)
La historia del último preso ejecutado a garrote vil en España por la dictadura franquista. Daniel Bruhl (Goodbye Lenin) encarna a Salvador Puig Antich, un joven anarquista que forma parte de un grupo que roba bancos para financiar sus labores de propaganda obrera. Atrapado y encarcelado, con el agravante de haber matado a un policía, se gana la condena de muerte. A partir de ahí la película se convierte hasta el último minuto en una cuesta abajo de angustia y esfuerzos por evitar su ejecución.

Me gusta como se muestra el odio y la prohibición del régimen hacia todo idioma que se hablase en España y no fuese el español; en el caso concreto de la película, el catalán. También me gustó la historia del guardiasiví que es al principio una bestia parda (color oliva en este caso) y entabla después amistad con el prisionero. Esto del intercambio de roles entre perseguidor y perseguido es recurrente en este tipo de cine, la verdad.

La escena de la ejecución muestra con dureza y naturalidad la muerte a garrote vil, en tiempo real y con un verdugo sacado de la España profunda que hace su trabajo como quien se dedica a vender periódicos. Carne de chiste de Forges, pero como para ponerse uno a vacilar.

Tristán Ulloa borda al abogado progre setentero y combativo; Leonor Watling es la ex novia que sigue su vida hacia el pisito de sus sueños; Joaquín Climent y Antonio Dechent, lobunos policías franquistas; en el lado clandestino, Joel Joan es eficazmente el ideólogo visceral; y las hermanas de Salvador, con quien no tengo el gusto, de diez.

¿Y el propio Bruhl? Me costó un poco entrar en calor y verlo como Puig Antich, pero a medida que la película avanza se esconde dentro de su personaje, hasta que en la recta final le echa el resto y se convierte en él, jerséis horrendos de la época incluidos.

Lo mejor de todo es que son reflejos de una época caótica, triste y decisiva que marcó el mundo de hoy, y que, al no ser made in Hollywood, nos libran de la americanada de turno. De hecho, están contados por realizadores alemanes y españoles, que de una forma u otra han mamado toda su vida las cicatrices que el totalitarismo dejó sobre su país. Vamos, que no tenemos a Tom Cruise de oficial heroico o a Travolta de comisario franquista gritando: "¡Coño, Martínez, tráigame de una vez los putos expedientes! ¡Y el jodido café, ostia!".

Me gustaría revisar también
Max (Alemania-Canadá-Hungría 2002), una peli con John Cusack y Noah Taylor que espero que alguien conozca porque merece la pena y la han visto cuatro gatos, una historia descarnada sobre el Hitler muerto de hambre de antes de la política, cuya ambición es ser artista. Y sobre cómo el destino lo evita. De postre, enlazo una entrevista con los artífices del film de los más jugosilla.

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